Zumo de naranja
Una pareja se tumba en la cama después de hacer el amor. Los dos en silencio, ella le mira a los ojos mientras él recorre su cuerpo desnudo con sus grandes manos. Ella le mira a los ojos mientras un escalofrío recorre su piel. El muchacho no puede quitarse de la cabeza que eso que tiene entre sus manos es lo que quiere, que ninguna otra cosa podrá llenar ese hueco de su vida. La mujer no puede dejar de pensar en que todo debe acabar, que el juego ha estado bien por un tiempo pero que tiene que volver a casa.
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No lejos de allí un hombre sueña que una mujer le posee mientras escucha una antigua canción de los 90 versionada por un tipo que no sabe vivir sin meterse un gramo cada dos días. A veces el hombre cree (o se imagina que es así mientras un gato maúlla en la calle) oír a sus vecinos hacer el amor. Antes de que la canción llegue al estribillo final él no puede reprimir un gemido.
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Él le da un beso en el hombro mientras ella termina de abrocharse el sujetador. Sale de la habitación, abre el frigorífico y coge un litro de zumo de naranja. El muchacho se sienta en el sofá, enciende la televisión y comienza a saciar su sed hasta que ya no queda nada.
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