Religión, re-ligación, re-elección
Es bien sabido que no existe ninguna palabra universal para indicar lo que llamamos religión, ni siquiera en el mundo lingüístico indoeuropeo. (…).
Paradójicamente, el éxito mismo de la palabra «religión» —para indicar todo el complejo de mitos, creencias, símbolos y acciones que afirman conducir al hombre a su destino final— ha sido la causa de sus limitaciones y, en cierto sentido, de su descrédito.
Los orígenes de la palabra son mucho más humildes. Gramaticalmente, es probable que religio provenga de re-legere, según la interpretación de Cicerón, es decir, reunir, juntar; aunque, en términos filosóficos, se ha preferido la interpretación de Lactancio, que se inclina por re-ligare, es decir, lo que une, conecta al hombre con su divinidad. Recientemente, Xavier Zubiri hacía conjeturas sobre la re-ligación del hombre. La palabra ha contado con ilustres defensores. También se conoce la interpretación de san Agustín, que hace de religio un derivado de re-eligere, el esfuerzo y la elección del hombre para unirse de nuevo a Dios, con el fin de restablecer el vínculo roto por el pecado original.
Sin entrar en mayores consideraciones —sin siquiera analizar si la religión verdadera es lo que nos une y nos desata, esto es, lo que nos da la liberación, incluso antes de re-ligarnos—, podemos deducir de todo el complejo lingüístico anterior que hay algo en los seres humanos, o fuera de nosotros, o tal vez tanto dentro como fuera de nosotros, que necesitamos para estar seguros y sanos. El hombre es un ser incompleto. La fe es nuestra capacidad para ser más (mejores) de lo que somos. La medicina y la religión son, en el peor de los casos, dos instituciones y, en el mejor, la expresión de una dimensión humana que debe consumarse, curarse, salvarse, redimirse, llevarse a su fin, aunque sea relativa o aunque implique la renuncia a semejante sueño.
(Raimon Panikkar, La Religión, el mundo y el cuerpo, Barcelona, Herder Editorial, 2014)