Un día en el parque
Nunca hay final, no hay final, no es verdad, es verdad.
(‘Un día en el parque’, Love of Lesbian)
Uno pensaría que llega cierto momento en que te sabes todas las historias de una persona. Es evidente que las historias personales, las más trágicas (la muerte de un familiar cercano, de un perro rabioso) son las que antes aparecen en esos primeros cafés o cervezas compartidas. Con el tiempo las historias insustanciales, las coñas de grupo, las anécdotas de noches memorables que solo atisbas por la fuerza de su entonación y la sonrisa del otro son las protagonistas. Y al final, las historias repetidas, el eso ya me lo has contado, sí, dominan cada conversación. Y me sorprenden las personas que llegado ese punto de la relación siguen sacando historias o anécdotas interesantes. Y ella, claro, es una de esas personas.
Le queda bien el pelo largo aunque insiste en que quiere cortárselo corto o muy corto. Sigue bebiendo con extrema lentitud los botellines de cerveza, se los lleva a la boca entre historia e historia que me cuenta como para hacer algún tipo de pausa en su relato, como para dejarme intervenir, como para darme la réplica. Ella no para de jugar con la etiqueta de San Miguel y yo no puedo dejar de mirar cómo lo blanco va ganando al color en esa guerra embotellada de uñas, tics y nervios. Sí, ella está nerviosa. Y yo también.
Hemos dado un paseo por el parque. Hoy estaba lleno de domingueros haciendo picnics, con tortillas, sombrillas y hasta altavoces y música de baile. Familias y familias de sudamericanos pasando el domingo en el parque, haciéndolo suyo. Ella me cuenta que hace unos años este parque no era así, que en él un domingo a estas horas solo veías a gente pasear y a niños riendo en los columpios. No consigo adivinar si lo que le molesta del asunto es que la realidad no encaje con el recuerdo de su infancia o la realidad en sí misma. La mayoría del tiempo me cuesta saber lo que piensa.
Nos hemos sentado en un banco, lejos de la zona infantil para no incumplir esa ley que dice que no se puede fumar cerca de un hospital, un colegio o un parque infantil. Creo que nadie en este país respeta dicha ley. Mientras estábamos en el banco charlando de nada en particular un chico de camiseta azul y gafas oscuras ha pasado a nuestro lado y ella se ha puesto tensa y me ha prohibido mirar. Al rato, cuando el peligro se ha alejado, me ha contado la historia de aquel chico: fue su primer novio en el jardín de infancia y ella cree que le gustaba porque se parecía a Benji, el tenaz portero de Campeones. Pero dejó de gustarle cuando descubrió que le estaban saliendo pelos en las piernas. Y yo, después de esa historia fantástica, no he podido dejar de sonreír.