Los años nuevos

Movistar+ acaba de estrenar Los años nuevos, la última serie de Rodrigo Sorogoyen. El director se aleja de las últimas producciones que estaba haciendo después del enorme éxito de As Bestas (2022) y vuelve al mundo más íntimo y de las relaciones humanas, como ya hiciera en Stockholm (2013). Y para ello se sirve de Francisco Carril y Liria del Río, quienes interpretan a Óscar y a Ana. Durante 10 años vemos cómo son sus Nocheviejas y dónde están ellos. Si os gusta la trilogía Antes del amanecer de Linklater seguro que os gustará. Y, precisamente, Francisco Carril e Itsaso Arana protagonizaron La Reconquista (Jonás Trueba, 2016), una de las películas sobre la vida y las relaciones humanas más bonitas que se han rodado nunca en Madrid. Y no es casualidad que en Volveréis (Jonás Trueba, 2024) veamos en una escena cómo se rueda la serie de Sorogoyen y a Francisco Carril haciendo de sí mismo. Mundos que se tocan.

Mientras vemos la serie suena recurrentemente Nacho Vegas (quien compone un tema original para a serie). Además podemos oír canciones de Holgado (Keko Ponte), McEnroe, The New Raemon, Joe Crepúsculo, La Bien Querida, Iván Ferreiro o Standstill (en dod Magazine han analizado la banda sonora y han hecho una playlist que se puede escuchar en Spotify aquí). Así que muchas de las canciones que ponen los protagonistas durante esa década de sus vidas son también las canciones de nuestras vidas.

Así que después de ver los primeros capítulos de la serie me ha dado por pensar en las Nocheviejas de mi vida: pienso en las ciudades donde he estado, los amigos, las parejas… y cómo sería mi vida si solo mirase esa instantánea.

Las primeras Nocheviejas de las que tengo recuerdo son en casa de mi abuela; ese era el único día del año en que nos quedábamos a dormir allí, en la nevera, la habitación más fría de la casa. Recuerdo los primeros cotillones y lo pronto que odié salir aquel día. También está la Nochevieja que pasé en un cyber, jugando toda la noche a videojuegos mientras que algunos de mis amigos vomitaban por la ciudad. Recuerdo las Nocheviejas en Cardaño con la familia de A. y el frío que hacía al norte del norte. Por supuesto está la Nochevieja que pasé en Palma de Mallorca con P.: íbamos a comernos la ciudad y acabé enfermo y en la cama después de tomar las uvas (y, por supuesto, no pisamos una discoteca). La Nochevieja que pasé con D. Aquellas Nocheviejas en el piso de San Millán, donde todo parecía posible. Las Nocheviejas de Trivial en casa de la Santa. La Nochevieja que pasamos en París. La primera con un bebé de dos meses y medio. Y, por supuesto, aquella Nochevieja que pasamos confinados por culpa del COVID.

Y así pasarían mis Nocheviejas: amigos que uno tiene y con los que deja de tener contacto; amigos que cambian de trabajo, de pareja, de ciudad, que se separan, tienen una hipoteca, hijos, una mala separación. Diferentes ciudades, diferentes vidas. Diferentes parejas a las que besar después de atragantarme siempre con las uvas. La voz de mi madre al otro lado del teléfono («todo bien, hijo, ya sabes que nosotros no hacemos nada especial»). Cada vez menos ganas de salir esa noche y cada vez más cerca esa Nochevieja en la que mi hija sea la que tome el testigo y salga por primera vez con las amigas. Ya me lo estoy imaginando: «no seas pesado, papá, no te preocupes», pero yo no dormiré hasta que sus llaves tintineen por la mañana en el rellano.

30. noviembre 2024 por José Luis Merino
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