La cápsula del tiempo
Detrás de la churrería, un mendigo busca calor al lado del motor de la caravana. Las furgonetas que hace años recaudaban juguetes para niños remotos, recalarán dentro de unas horas en los abarrotados comedores sociales de la ciudad. Algunos borrachines tiñen de amarillo archipiélagos de nieve sucia, mientras los urbanos los reprenden justo cuando un carterista mete la mano en el bolso de la mujer con abrigo de pieles. Todos ellos, imbuidos por el frenesí navideño, intentan negociar con sus existencias y bailan juntos, sin saberlo, una complicada coreografía. Algunos comen churros con sombrero de chocolate, otros, adolescentes, corren a quitarle la ropa a sus primeras parejas en camas infantiles, ahora que saben que los Reyes son los padres y aprovechando que andan a la búsqueda de los últimos regalos. Algunos bebés miran todas esas luces desde sus carritos como si los hubieran llevado de excursión a otro planeta. Todo es tremendamente previsible y no por ello menos precario; todo podría ser ficticio y sin embargo es real, incluso por momentos bonito. Una mujer rechaza tres veces el cambio hasta que logra confundir a la dependienta, un camionero arrebolado por la ingesta de tres cuarto de botella de Anís del Mono la rasga y canta villancicos. Bandadas de personas se arremolinan a las puertas de los supermercados esperando la salida de los contenedores con comida caducada o sobrante.
Miqui Otero acaba de publicar La cápsula del tiempo (Blackie Books, 2012) una historia no lineal que recoge y nos devuelve a la infancia, a los libros de elige tu propia aventura y a esa sensación de tener nosotros el control. Otero escribe este libro para los niños de entonces, para esos treintañeros que ya no quieren versiones de Verne sino historias adultas y urbanas. Si os falta hacer algún regalo para amigos treintañeros, igual puede ser una buena idea.
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