Finlandia
La noche antes de la partida me dijiste no te vayas, quédate conmigo, no te alejes de mí. Y yo huí de madrugada hacia el frío. Allí encontré ángeles mirándome fijamente en los autobuses que van hacia ninguna parte y sonriendo, como si fuera el único hombre en la tierra. Y yo no dejaba de mirar la pantalla.
En el frío encontré puntos altos impenetrables, tormentas de quita y pon, largas noches con cierto color rojizo, olor a tabaco en el ambiente.
Aquel niño no dejaba de mirarnos. Quería conocerlo todo, palparlo todo. El sándwich deconstruido en la moqueta con un ligero sabor a cerveza. Y los ojos de la madre sin brazos, sin voz, sin piernas. Aquel niño rubio no paraba de mirarnos. Te dije que yo era un extranjero.
En el mar helado te encontré. Estabas ahí quieta, preguntando qué estaría haciendo ahora, por qué no quise quedarme contigo. Y yo te lo expliqué muy bajito. ¿Te acuerdas ahora? ¿Acaso no viste cómo se rompían las placas de hielo en aquel mar congelado? Creo que en aquella isla no había nadie. Creo que El Escritor se lo inventó todo.
El monstruo ataca en las paradas de autobús. Atiza sin preguntar primero. La mirada de aquel que sabe lo que quiere. Un don nadie en mitad del frío. La podredumbre no entiende de temperatura.
En la sauna los cuerpos son solo carne abrasada por un vapor que no se ve. Culo y espalda quemados. Duchas de agua fría. Botella de vino caliente. Creo que P. intentó explicar varias veces el origen de todo y nadie le quiso escuchar. Y mañana ya será demasiado tarde.
En el frío encontré a tipos que hablaban en mi idioma aunque estuviera lejos de casa, a cajeras amables, a alemanas que pegan a hombres cuando están borrachas. Allí aprendí a caerme con estilo en el suelo helado, a hacer demasiadas fotos inútiles, a hablar más de la cuenta. Creo que te conté demasiadas veces este viaje. Creo que la noche de mi llegada te dije calla un minuto y escucha, ya estoy aquí, ya he regresado a casa.
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