De qué hablo cuando hablo de correr
Desde que llegué a Hawai también he salido a correr sin falta a diario. Pronto se cumplirán dos meses y medio desde que retomé la costumbre de correr todos los días, sin saltarme ni uno, salvo cuando me es absolutamente imposible. (…)
Como estoy en un periodo en que lo que busco es aguantar y aumentar la distancia que recorro, por ahora los tiempos no me preocupan, simplemente me lo tomo con calma y voy aumentando poco a poco la distancia que recorro. Cuando siento la necesidad de correr más rápido, simplemente incremento la velocidad. Pero, si aumento el ritmo, acorto el tiempo de carrera, así que procuro conservar y aplazar hasta el día siguiente las buenas sensaciones que experimenta mi cuerpo al correr. Idéntico truco utilizo cuando escribo una novela larga: dejo de escribir en el preciso momento en que siento que podría seguir escribiendo. si lo hago así, al día siguiente me resulta mucho más fácil reanudar la tarea. Creo que Ernest Hemingway también escribió algo parecido, del estilo «continuar es no romper el ritmo». Para los proyectos a largo plazo, eso es lo importante. Una vez que ajustas tu ritmo, lo demás viene por sí solo. Lo que sucede es que ,hasta que el volante de inercia empieza a girar a una velocidad constante, todo el interés que se ponga en continuar nunca es suficiente.
(Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr, Tusquets, 2011)
Correr se ha convertido en mi salvación en esos días donde después de pasar 10 o 12 horas trabajando delante del ordenador mi mente y mi vista no pueden más. He comprobado que con los años aguanto menos tiempo mirando a una pantalla: necesito descansar la vista más a menudo, necesito estirar esta espalda que no para de quejarse. Y correr se ha convertido en mi válvula de escape. Supongo que si no me he hubiera olvidado de nadar ese sería mi deporte predilecto ahora que llega el buen tiempo. Pero vivir cerca del Madrid Río tiene sus ventajas: uno se pone el pantalón corto, la camiseta de deporte y se ata bien fuerte las zapatillas; yo soy incapaz de salir a correr sin escuchar música, por lo que atar mi teléfono al hombro y notar su peso en cada zancada y pelearme con el cable de los auriculares a cada rato también se han convertido en mis pequeñas penitencias.Correr sabiendo que si llegas a esa curva has alcanzado un kilómetro de carrera continuada, que al acercarte a ese puente habrás hecho dos kilómetros, que cruzar el río por ese otro gran puente de cemento habrás llegado a los tres kilómetros y medio. Y luego media vuelta hasta llegar hasta los siete kilómetros.
En el pasado he intentado correr. Me leí varios artículos al respecto, hablé con amigos runners, me inspiré con la prosa de Murakami e incluso me compré una equipación deportiva básica en Decathlon para dejar de hacer el ridículo con el chándal de mi infancia. Pero nada de eso funcionó: salía a correr muy orgulloso un día o dos pero pronto lo abandonaba porque tenía planes, porque estaba muy cansado o por la excusa que fuera y no ha sido hasta este año cuando he descubierto el verdadero placer de la carrera continua, del esfuerzo e irme poniendo metas cada vez más alejadas unas de otras. Correr tres o cuatro veces a la semana es la válvula de escape para aquellos que pasamos demasiado tiempo en casa o aquellos que quieren pero no pueden pagarse un gimnasio. Correr es un deporte para el cual uno no necesita un abono mensual, un entrenador personal ni una equipación especial más allá de ropa de deporte y unas zapatillas cómodas, así que las barreras de entrada son solo sacar tres o cuatro horas a la semana, idealmente a primera hora o a última del día.
Madrid en mayo florece. Y salir a correr justo a la hora en la que el sol empieza a desaparecer tras el horizonte, el viento se levanta lo justo como para animarte y la meta la pones tú es el único placer que me puedo permitir estos días. Y ojalá dure.
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