Fin de temporada
Son las estaciones y no los años las que pesan; es septiembre y el inicio del curso y la rutina; ver las mismas caras un poco más viejas en la frutería o en el supermercado; es el día a día y no la cuenta de los años lo que, al cabo, acaba pesando.
Y un día te miras en el espejo del baño de tu casa o de la casa en la que habitas esa temporada y te ves más flaco, con menos pelo, con gafas nuevas y sabes que el verano termina y que pronto llegará septiembre y los niños volverán al patio a dar patadas y tú quién sabe dónde estarás al final de esta temporada.
De cambios de ciclo vital mucho sabe Martín López-Vega que acaba de publicar una breve antología de su obra poética (19992 – 2012) en Retrovisor (Papeles mínimos, 2013) ahora que DVD ya no está entre nosotros -un año ya sin la editorial- y muchos de sus libros ya son casi imposibles de conseguir. Y mientras él salta el charco y nos saluda desde la otra orilla, nosotros nos tumbamos en el sofá, abrimos el libro y releemos con ganas estos poemas elegidos.
Estropeó todas las fotografías, aquella luz de invierno
sobre los árboles del Gianicolo: demasiado intensa
como para quedar bien fijada.
Lo mismo ocurre con los momentos
en exceso felices: la memoria no consigue después
interpretarlos adecuadamente,
otorgarles la luminosidad precisa.
Quedan en la fotografía cosas que no están en ella:
los racimos de muchachas americanas
camino del bar Gianicolo,
el cañonazo de las doce en homenaje a Garibaldi,
mis manos, dos partes de mi cuerpo que no me agradan
—sus dedos como ramas de un árbol demasiado cansado
de buscar en vano la ternura.
Queda esa luz que acaricia el lomo de los días
y que niega al recuerdo de aquella colina
esa intuición misteriosa:
allí es imposible
prever el olor que rodeará nuestras sepulturas.(Luz de invierno en el Gianicolo, Martín López-Vega)