Infancia

Transcribo para goce y disfrute del lector casual de este blog el último artículo de Javier García Rodríguez titulado «Reír y remar y cantar. Miliki (1929-2012)» y publicado en El Cuaderno, 39. Soy consciente de que esa infancia de la que habla el señor García no es exactamente la mía, pero en parte también es la mía y la de más de una generación.

 

 

Esto era de cuando el señor Chinarro no era un grupo de música indie sino el personaje imprescindible en los gags televisivos de los payasos de la tele, en el gran circo de TVE, cuando sólo había dos cadenas en blanco y negro pero una ni siquiera tenía nombre y la llamaban con aquel UHF que nunca supimos lo que significaba. Nananianananiana.
Esto era de cuando no había bullying en los colegios, pero sí matones con mocos colgando, con pantalones con rodilleras, con jerséis de punto con coderas; de cuando no había en las escuelas educación para la ciudadanía pero sí religión (ay, como ahora), y los mandamientos se aprendían de memoria, y las obras de misericordia, y los pecados capitales, y los sacramentos, y los pasos para una buena confesión, y las bienaventuranzas, y los dones del espíritu, y los frutos del espíritu santo, y las virtudes teologales o morales. Esto era de cuando el maestro, con su don por delante de su nombre: don Raimundo, don Eduardo, don Glicerio, hacía comer tizas a los niños revoltosos, o golpeaba en las puntas de los dedos a los menos dóciles, o, simplemente, hacía valer su concepto de la disciplina levantando hasta la cumbre de la rebeldía la cabeza de los muchachos de barrio sujetándolos por las patillas. Esto era de cuando las crisis económicas se debían al petróleo, a la especulación, a la guerra fría, a los problemas en Oriente Medio, como ahora. Cuando las cajas de resistencia de los sindicatos procuraban garbanzos y solidaridad a los hijos de los albañiles en huelga. Esto era de cuando la propiedad conmutativa, de cuando los conjuntos, los ángulos, las figuras geométricas, de cuando los maestros de prácticas llegaban por la tarde del cuartel vestidos de soldado, de cuando llovía por las tardes y había que encender la luz de la clase, de cuando la clorofila y la fotosíntesis. Esto era de cuando los bocadillos de mantequilla con azúcar, de cuando decir papá o mamá era de niños pijos, de cuando en tu calle sólo había un coche y una fuente, de cuando Mariano el loco sacaba su escopeta de perdigones y amenazaba a los niños futbolistas por haber golpeado la trasera del local donde guardaba su motocarro. De cuando tenían la roña de los juegos incrustada en las rodillas, de cuando la educación física era gimnasia de cuartel. Esto era de cuando las madres servían en casas de ricos y lavaban la ropa de los reclutas o de los estudiantes universitarios, de cuando las hipotecas se pagaban en letras que se recogían en las casas de los dueños, de cuando las tardes de los viernes eran eternas y llevaban a los ríos llenos de renacuajos, a los páramos que circundaban las ciudades, a las calles de las vecinas rubias y desdeñosas. Esto era de cuando los padres tenían accidentes laborales que les dejaban cicatrices en la cara, de cuando era inmortales, de cuando nos enseñaban las cuatro reglas. Esto era de cuando nananianananiana.
Esto era de cuando la aventura era sentarse delante de la tele, como en una liturgia, para ver «la aventura», con sus juegos de palabras, con sus pronunciaciones exageradas, con sus personajes atontados, con su malencarado e inocente señor Chinarro. Esto era de cuando Susanita tenía un ratón (y la de mi clase lo tenía, ya de más mayor, pero no me dejó verlo aquella tarde que dijo que iba a estar sola en casa, pero no estaba), de cuando no había nada más lindo que la familia unida, de cuando la familia, de nuevo, sí señores, eran músicos de honores, de cuando en el auto de papá, tan feo, se iba a pasear, de cuando se cruzaban don Pepito y don José, sujeto diseminado, doble de sí mismo, de cuando picaba la nariz y no se podía resistir, de cuando la gallina Turuleca —a la que siempre llamamos Turuleta— ponía hasta diez huevos, de cuando Pepe no traía la escoba para que le diera con ella su tía, que se ponía hecha un jabalí cuando se enfadaba. Nananianananiana.
Esto era de cuando los niños eran invencibles. De cuando los niños no sabían que terminarían siendo mis niños de treinta años y mis niños de cuarenta años de Miliki. Y si viene negra tempestad, reír y remar y cantar.

02. diciembre 2012 por José Luis Merino
Categorías: General, Literatura | Etiquetas: , , , , , , , , , , , , | 1 comentarios

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