Barcelona (4 y final)
«Una ciudad nueva, calles en perspectiva, edificios sin sentido, un mundo desconocido, virgen. Luego, cuando hayamos vivido aquí, andado hasta el final de estas calles, entrado en estas casas, vivido con su gente, habremos pasado por esta calle diez, veinte mil veces. Urquinaona, Passeig de Gràcia, Laietana. Después, todo te pertenece porque lo has vivido. Eso me iba a pasar a mí, pero aún no lo sabía»
(Una casa de locos)
Dejo Barcelona. Me voy de la misma forma en la que llegué: en tren. Vine acompañado y me vuelvo solo. Con otro portátil, con otra bolsa de deporte, con otro corte de pelo, con otros recuerdos. Irse para encontrarse. Volver a la casilla de salida para poder volver a tirar los dados y ver hacia dónde hay que ir.
Año y medio en Barcelona es mucho y poco tiempo a la vez. Es el tiempo justo para aprender el nombre de las calles, chapurrear un poco de catalán, alquilar un piso, encontrar un trabajo. Es el tiempo justo para enamorarse y que te rompan el corazón una o dos veces. Año y medio debe ser lo que tardan los niños en aprender a gatear lo suficientemente rápido como para que sus padres dejen de preocuparse por ellos y también el tiempo suficiente como para dar la vuelta al mundo en el sentido de las agujas del reloj. Creo, también, que año y medio es el tiempo que tarda una embarazada en recuperar la forma física después de su primer embarazo. Y estoy casi seguro de que algún planeta del sistema solar tiene una trayectoria que dura más o menos ese tiempo. Tal vez me lo esté inventado todo.
Siempre he ido planeando mi vida con cierta antelación. Uno va tomando decisiones, tirando los dados, saltando de casilla en casilla y acaba más o menos en ese punto donde quiso acabar un tiempo atrás. Estudiar una carrera aunque no sea la carrera que tú elegiste, mudarse a otra ciudad que no sea donde viviste tu adolescencia, echarse tu primera novia seria, hacer algunos viajes por Europa, cursar un máster muy caro de algo que creíste que te podía gustar en una ciudad cosmopolita, vivir en un agujero en Gràcia, sacar de quicio a tu compañera de piso insomne, encontrar unas prácticas en una empresa mediana donde todos recuerden tu nombre de pila, hacer uno o dos amigos, tres o cuatro colegas, una decena de conocidos, una veintena de tipos a los que saludar por la calle y soltar un mecánico “¿qué tal te va todo, Paco?”. Pero en ocasiones los dados son traicioneros y te toca esa carta que dice “vuelva a la casilla de salida, devuelva todo el dinero a la banca y espere tres turnos para volver a lanzar los dados”. Y todos los planes, todas las decisiones que uno ha ido tomando o que pensaba tomar se desvanecen.
Dejo Barcelona. Dejo a una chica llorando en la estación de Sants. Le doy un recuerdo de nosotros de la noche anterior: un collage de fotos nuestras sonriendo y haciendo el tonto. He estado 25 minutos en la tienda de fotografía hasta que la foto se ha impreso. Por alguna razón no podía irme de la ciudad sin darle aquel recuerdo, algo en mi cabeza decía que ese estúpido detalle era importante y por ello he tenido que ir corriendo a casa, coger las maletas, un cercanías con retraso en dirección a la estación y me he subido con apenas dos minutos de antelación antes de la salida de este tren. Y por toda esta sucesión de hechos no ha habido tiempo de decir nada, casi ni de dar un abrazo, de susurrar un te echaré de menos, de secar las lágrimas del otro con la manga de la camiseta. Y tal vez todo sea así mejor
Vuelvo a la casilla de salida. Vuelvo a Castilla, la muy vieja, al menos un par de meses. Vuelvo a la rutina de la facultad, de los viejos amigos, de las calles que ya he transitado diez o veinte mil veces. Vuelvo con ganas de leer todo lo que no he leído en este año y medio, de salir a correr, de volver a escribir. Huir para encontrarme. Volver a casa para encontrarme. Coger un tren en dirección contraria para recordar quién soy yo, qué es lo que quiero, esperar tres turnos y volver a tirar los dados y descubrir de nuevo la dirección, hacer planes y tentar a la suerte. Hagan sus apuestas.
21. abril 2012 por José Luis Merino
Categorías: General, Reflexiones |
Etiquetas: Barcelona, la huida, valladolid |
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