Escenas de matrimonio

Él, al apagar la luz, sintió un susurro en su nunca que se convirtió en pregunta al tiempo que se giraba para ver qué le pasaba a su mujer. “Cariño, ¿eres feliz?”. La felicidad era acostarse un martes a las once de la noche después de un largo día de trabajo sin preguntas incómodas o malos entendidos. Pero claro está, él no contestó eso. “Claro, ¿cómo no iba a ser feliz a tu lado?”. Él ya sabía de antemano que con una respuesta como esa no se iba a terminar el asunto, aunque apretó la mano de su esposa como si realmente aquello hubiera terminado. “Es que… últimamente traes mala cara a casa”. Mala cara. Eso podía significar cualquier cosa para una mujer, millones de cosas para su mujer. “Estoy cansado”, suspiró, “son días duros en el trabajo”. Y por días duros quería decir, claro está, que su equipo de fútbol había sido eliminado de la Copa del Rey y que con ello había palmado 200€ en una estúpida apuesta en el bar de la esquina cuando, a la tercera caña con bravas, Manolo, el tendero, se burló de la mala racha del delantero estrella, su jugador favorito. “Ya, ya lo sé, déjalo, son tonterías mías”. Él suspiro, encendió la luz de mala gana y recostándose le preguntó “A ver, Lola, ¿me quieres decir qué carajo te pasa hoy?”.

Los vecinos, aún hoy, recuerdan cómo la mañana siguiente a la fuerte discusión la televisión apareció estampada en el patio de luces, llevándose consigo las cuerdas de tender de las vecinas del segundo y del primero. La televisión estuvo allí hasta la primavera y fue objeto de comentarios hasta bien entrado el invierno, fecha en la cual ellos se divorciaron y pusieron un cartel naranja fosforito de “Se vende” en la puerta y entonces el “Ya lo decía yo” inundó la boca de las vecinas -todas amas de casa- del barrio.

 

La fotografía se titula Old broken TV y es de schmilblick.

29. febrero 2012 por José Luis Merino
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