Crisis y cambio de paradigma en el sector editorial

El martes 21 de febrero salió en el periódico quincenal Diagonal (en su versión impresa y digital) un artículo titulado Crisis y cambio en el sector editorial en el que intentaba hacer un breve -brevísimo- resumen de la situación del mundo editorial en el contexto de la crisis global y el profundo cambio que la llegada del libro electrónico va a suponer para el sector.

Los lectores habituales de este blog no encontrarán mucha novedad en lo dicho últimamente (por ejemplo aquí y aquí), pero para todos aquellos ajenos al mundillo creo que podría ser un interesante conocer lo que está sucediendo.

Lamentablemente no me pasaron el artículo editado y ha habido algunos cambios o añadidos sin mi aprobación (como por ejemplo el título). Las negritas tampoco son mías. Reproduzco el artículo completoo (sin la entradilla) a continuación.

 

 

El sector editorial está en crisis, al igual que lo está medio planeta globalizado. Además, el cambio de paradigma –el paso del papel a lo digital– hace temblar a las grandes editoriales viendo cómo las pequeñas –por facturación, por volumen y por recursos– se pueden medir a ellas en las mesas de novedades de las principales librerías del país gracias a las redes sociales y a proporcionar ese trato especial al cliente.

Los libros electrónicos –ereaders– son una moda tecnológica más o menos reciente, pero no así la lectura de libros electrónicos –ebooks–. Ya en los ‘90 muchos se dejaban los ojos en la pantalla del ordenador para leer novelas de ciencia ficción o papers sobre diversos temas. Y de pronto Amazon revolucionó el mercado sacando la primera –y cara– generación de Kindle en 2007. Poco a poco el mundo editorial anglosajón empezó a digitalizar sus fondos y a vender en las diversas plataformas, pero en España parecía que no pasaba nunca nada.

Desde finales de 2007 se puede comprar en España un ereader pero no fue hasta el 15 de julio cuando Libranda –la plataforma de distribución creada por grandes sellos como Planeta o Random House Mondadori (RHM) entre otros– vio la luz con 1.114 títulos, la globalidad del conocimiento hispano. O casi.

Es obvio que al igual que sucedió con la música, los consumidores –el mercado– deciden sus preferencias. ¿O acaso nadie escuchaba a los Beatles en su reproductor mp3 antes del 16 de octubre de 2010 cuando oficialmente Apple y los abogados del grupo de Liverpool llegaron a un acuerdo? Y con la literatura ha pasado lo mismo. Ante la falta de oferta real, muchos potenciales consumidores decidieron fabricar ellos mismos los ebooks. En un primer momento escaneando en casa las páginas y armando un PDF para luego liberarlo en la red; pasando un OCR más tarde –es decir, extrayendo el texto y no tratándolo como una imagen–, para que cualquiera pudiera copiar y pegar. Y en los últimos años maquetando sus propios libros electrónicos con programas gratuitos como Sigil o Calibre. Del primer paso al último, la oferta real en España fue la misma: prácticamente inexistente.

Solo ahora parece que las editoriales se han dado cuenta del errory dedican una parte de sus recursos a digitalizar y comercializar los libros electrónicos, aunque la cosa no parece que vaya muy en serio si vemos cómo RHM mantiene su departamento digital con tres becarios y un supervisor. Tal vez así nos demos cuenta de cuánto le importa realmente a alguien esta revolución.

Si echamos la vista atrás y vemos qué ha sucedido con la industria musical nos daremos cuenta de algunas similitudes: la tardanza en la respuesta y la obcecación de un modelo de respuesta caduco; y tal vez veamos un reflejo de lo que de aquí a cinco años va a suceder. Además del catálogo un tanto exiguo de las editoriales, la facilidad de compra, la calidad, el digital rights management (DRM) y el precio son problemas añadidos. Muchos contratos de autores y agentes exigen a las editoriales que incluyan una protección anticopia en los libros que comercializan, así evitarán –creen ellos– que la gente piratee. DRM, la gestión de los derechos digitales, supone restricciones al usuario de cara a copiarlo, leerlo donde quiera o prestárselo a sus amigos. El DRM más popular es el de Adobe, que exige al usuario registrarse para tener una cuenta y verificar cada uno de los dispositivos en los que éste quiere leer el libro, un proceso tedioso y complicado que hace que a más de uno se le quiten las ganas de ‘seguir siendo legal’.

Por otro lado tenemos a Amazon o Apple, que tienen el sistema de compra con un clic, de forma que la facilidad de acceso y la experiencia de uso animan al comprador, cosa que con el DRM de Adobe no sucede. El precio es otro de los puntos clave, ¿cómo ofrecer libros con un descuento de apenas un par de euros? Es complicado explicar al comprador que los mayores costes son los de la producción de un libro –anticipo al autor, traductor, corrector, maquetador, etc.– y no el libro como objeto, que con tiradas muy grandes puede llegar a costar apenas 50 céntimos por ejemplar.

La percepción de los compradores es de ‘estafa’ cuando un bien intangible y cuyo coste unitario tiende a cero se le intenta cobrar como algo físico que puede poner en la estantería de su salón. El último y más novedoso elemento en discordia está siendo la calidad de los libros electrónicos. Muchos maquetadores inexpertos están cobrando a editoriales que no saben o no tienen interés por libros electrónicos, sin una tabla de contenidos adecuada o que no pasan el elemento más básico de verificación. Los compradores se encuentran indefensos ante un archivo digital que no se lee en sus dispositivos o que no se lee como debería hacerse. En Alemania muchas de las editoriales han vuelto a rearmar sus libros electrónicos para pasar unos estándares mínimos, ya que se han dado cuenta de esta problemática. En España, me temo, a nadie le importa.

Algunos escritores parecen estar preocupados porque “no pueden vivir de lo que escriben” y los medios de comunicación sacan trimestralmente un artículo sobre el tema. Pero un escritor tiene el mismo derecho a vivir de lo que escribe que el frutero de la esquina a vivir de lo que vende. Es decir: ninguno. Ambos pueden querer con todas sus ganas vivir de ello, pero será el mercado el que decida si podrán o no hacerlo. Esta falacia sobre el derecho a vivir de lo que uno hace, repetida por músicos y escritores, ha sido replicada hasta la saciedad y uno casi acaba por creérsela. Haciendo un repaso a los escritores y a sus contratos vemos que rara vez viven de sus novelas excepto en el caso de ‘Zafones’ y ‘Revertes’, el resto son profesores universitarios, periodistas con columnas semanales, colaboradores en la radio o la televisión o hijos de papá, profesiones todas muy loables, pero que dan de comer mientras roban horas al día para terminar aquel manuscrito que uno prometió a su agente terminar antes de fin de año.

El panorama actual es complejo y el contexto de crisis global lo acentúa. Las editoriales deben renovarse o morir, apostando por ejemplo por libros sin DRM y a precios asequibles, o captando a los autores más vendidos de Amazon España y firmando con ellos a semejanza de las editoriales norteamericanas. También es el caso de las editoriales exclusivamente digitales, un fenómeno que explotará seguro a lo largo de 2012. Los lectores, por su lado, solo quieren leer en digital lo mismo que pueden encontrar en papel, con la misma calidad y cuidado que se le pone a las ediciones impresas, pero con un precio que marque la diferencia. Si no lo encuentran, muchos tienen claro que no van a esperar a que la industria editorial decida dar el primer paso en la dirección correcta.

23. febrero 2012 por José Luis Merino
Categorías: Autobombo, General, Literatura, Reflexiones | Etiquetas: , , , , , | Deja un comentario

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